Etiqueta: Lectura

  • Leer o no leer no es la cuestión

    Leer o no leer no es la cuestión

    María Pombo lo dijo sin rodeos: no le gusta leer, y no pasa nada. Añadió, además, que quienes disfrutan con los libros no son mejores que ella por hacerlo. Y, en cierto modo, tiene razón: la bondad no se mide en páginas leídas, ni la virtud depende de una biblioteca repleta. El problema no es su preferencia personal, sino el eco de sus palabras. Porque cuando uno habla ante millones de seguidores, sus frases dejan de ser inocentes y se convierten en mensajes que moldean hábitos, expectativas y hasta identidades.

    No, leer no te convierte en santo ni en genio. Pero sí transforma la forma de estar en el mundo. Te permite habitar pieles ajenas, ampliar horizontes, poner nombre a lo que sientes y nunca supiste expresar. Te da vocabulario para tus emociones y perspectiva para tus juicios. No garantiza bondad, pero sí concede matices. Y esos matices, aunque no te hagan “mejor”, te hacen distinta.

    Por eso inquieta. Porque un adolescente que escuche a su referente decir que no pasa nada por no leer, probablemente no lo haga. Y enganchar a un chaval a la lectura ya es difícil con la batalla constante contra el móvil, la Play o TikTok. Si, además, añadimos voces que cuestionan el valor del libro, la balanza se inclina aún más hacia la pantalla.

    No se trata de demonizar a quien no lee. Todos tenemos aficiones distintas. Es tan legítimo disfrutar de un partido de fútbol como de un poema. El problema surge cuando la preferencia personal se convierte en discurso público. Cuando se transmite que leer no importa, porque sí importa. Y mucho.

    La paradoja no pasa desapercibida: María Pombo es nieta de Concha Espina, novelista de prestigio, varias veces candidata al Nobel de Literatura, capaz de retratar sentimientos humanos con hondura. Un siglo después, su nieta ha convertido la liviandad en seña de identidad: icono de moda, cosméticos y escaparates digitales. Dos formas de estar en el mundo: una que profundiza, otra que flota en la superficie. La genética no garantiza la vocación, pero el contraste duele.

    Decir que leer no importa es como decir que comer sano no importa. Puedes ser una gran persona y desayunar bollería industrial cada día. Pero tu cuerpo lo notará. Con la mente sucede igual: leer es alimento. No asegura la virtud, pero sí nutre.

    Quienes trabajamos entre libros lo vemos a diario: los niños que provienen de casas donde se lee no son “mejores”, pero manejan mejor las palabras, la imaginación, la empatía. Tienen un mundo interior más ancho. Y cuando eso falta, se nota. No es elitismo, es pura experiencia.

    Quizá el problema esté en cómo nos presentaron la lectura. Muchos arrastran el recuerdo escolar de libros impuestos, vocabulario inabarcable, exámenes que convertían la literatura en castigo. Es injusto: hay un libro para cada lector. Novelas gráficas, ensayos breves, ciencia ficción, romances, cómics, clásicos o manuales prácticos. No existen lecturas de primera ni de segunda. Lo importante es abrir una puerta, cualquiera, y descubrir que dentro hay un universo.

    Conviene recordar también algo esencial: quien tiene un altavoz tan poderoso debería medir mejor lo que transmite. Porque, como dice el proverbio, si tienes algo que decir, procura que tus palabras sean más interesantes que el silencio. Y el silencio, en este caso, habría hecho menos daño.

    No se trata de menospreciar el oficio de influencer ni el talento empresarial que Pombo ha demostrado. Pero sí de señalar que, aunque vender cremas dé dinero, leer abre la sensibilidad, el pensamiento crítico, la capacidad de imaginar lo invisible. Lo que se cultiva dentro vale infinitamente más que la crema más cara del mercado.

    Hace más de un siglo, Antonio Machado retrató un país adormecido en su atraso moral e intelectual: “La España de charanga y pandereta, devota de Frascuelo y de María…”. Hoy podríamos añadir: la España de la story y el reel, devota de la inmediatez y de los iconos efímeros. El paralelismo incomoda, pero ahí está: seguimos celebrando lo superficial y desdeñando lo profundo.

    No, leer no te hace mejor persona. Pero sí te da un privilegio silencioso: el de vivir más vidas de las que caben en una sola. De sentir emociones ajenas, de comprender lo distinto, de viajar sin moverte. La lectura amplía la existencia, la hace más rica en matices. Eso no convierte en superior a quien lee, pero sí en alguien con más recursos para habitar su mundo interior.

    Quien lee no vale más, pero sí vive más. Y eso ya es mucho. Lo vemos en los chavales que se acercan a una biblioteca: los que han aprendido a leer por placer tienen herramientas para enfrentarse al mundo. Los que nunca lo hicieron llegan más desnudos, más pobres de palabras.

    La influencer puede seguir sin leer, y nadie se lo reprocha. La lectura no es obligación, ni pasaporte de moralidad. Pero otra cosa es proclamar que da lo mismo. Porque no da lo mismo. Y no deberíamos permitir que se trivialice lo que un libro significa: un espacio íntimo donde el silencio se llena de voces, donde el tiempo se suspende, donde la imaginación se expande.

    Al final, no se trata de ser “mejor” o “peor”, sino de elegir cómo queremos vivir. Y, como escribió Benito Olmo, que lea quien quiera leer. Lo único que no deberíamos permitir es que se banalice lo que ocurre cuando se enciende la lámpara amarilla de un libro. Porque allí dentro, créeme, el aire se respira distinto.